Por Pablo Herrero Garisto (*)
Desde chico, en mi casa se
celebraba cada 15 de agosto el día de santa María. Mi abuela y mi mamá se
llamaban María al igual que mi tía y algunas de mis primas. De familia
católica, fueron justamente ellas dos quienes me infundieron una fe mariana que
sobrevivió en el tiempo. Ellas ya no están físicamente, pero su recuerdo se
hace memoria viva cada 15 de agosto. Esto, seguramente, también suceda en
muchas familias de nuestra ciudad, porque estas fiestas ya son parte de la memoria
colectiva de nuestra querida Avellaneda. Pasaron los años, pero ese sentir
sigue superviviendo a los múltiples cambios culturales. Nuestra ciudad,
claramente ya no es la misma, pero la tradición de honrar a Nuestra Señora de
la Asunción es una cita que congrega, cada año, a cientos de avellanedenses más
allá de su fe.
Ese sentir se fue
construyendo año a año. Ese germen de fiesta pueblerina se fue afincando en
nuestra ciudad, escribiendo cada año una nueva página en la historia local.
Cada 15 de agosto tenía, y tiene, sus particularidades. En tiempos
pasados, los festejos se iniciaban al alba con salvas sobre la ribera del río
en honor a la virgen y los repiques de campanas se hacían sentir varias cuadras
a la redonda. El izamiento de la bandera nacional en el mástil de Plaza Alsina,
con guardia de honor de bomberos, guías y scouts, iniciaba desde temprano los festejos que se iban a prolongar
bien entrada la noche.
Las procesiones
náuticas por el Riachuelo fueron frecuentes durante décadas. Nuestro municipio
fue el primero en convocar a sesión especial del Honorable Concejo Deliberante
en honor a nuestra patrona, acto que luego fue imitado por otros municipios
vecinos. La entronización de diferentes imágenes de la virgen María en
distintas dependencias municipales o lugares públicos era un símbolo frecuente que marcaba
la presencia viva de nuestra Madre desde los tiempos en que Barracas al Sud era
un pequeño poblado.
Desde hace más de
150 años, cada festejo se transforma en un constante peregrinaje y saca
a la luz un profundo amor subterráneo por nuestra Madre, que se ve manifestado
de diferentes maneras. A lo largo de la historia, distintos sectores sumaron su
quehacer para honrar a nuestra Patrona. No se puede dejar de
mencionar en esta tarea a Don Luis Lanata, ferviente artesano que iba
entrelazando cada nudo para que los festejos tuvieran el brillo que se
merecían.
Durante todo el
mes de agosto las diferentes actividades se sucedían. El Racing Club e
Independiente organizaban distintas competencias deportivas. El Club Argentino
de Servicios y el Rotary Club realizaban su plenario conjunto en honor a la
virgen. La Liga de Madres de Familia llevaba de visita a los niños del Cottolengo
al parque de juegos del desaparecido Shopping Sur. La Asociación Gente de Arte
convocaba a su clásico “Salón de agosto”. La Unión de Ex-alumnas del colegio
María Auxiliadora entregaban ajuares en las maternidades de los Hospitales
Fiorito y Finochietto. El Centro Gallego, el Club Pueblo Unido, el Centro Universitario
de Avellaneda, la Alianza Francesa o el Avellaneda Automóvil Club adherían con la realización de distintos
actos. Las corridas de sortija organizadas por el Club Hípico y de Pato
“Barracas al Sur” en la calle Maipú; el parque de juegos sobre la calle Paláa;
los campeonatos de pelota-paleta, ajedrez y hándbol de los colegios San Martín,
Pío XII, ENSPA o French eran solo algunas de las actividades programadas.
Era habitual que los
comercios se sumaran a los festejos engalanando sus vidrieras. Por muchos años
fue la desaparecida tienda Beige, en la esquina de Av. Mitre y Mons. Piaggio,
muy cerca del histórico solar donde se levantó la primitiva “capilla del
italiano”, quien prestaba su vidriera. Tradición que continúo en el tiempo otro
tradicional negocio de nuestra ciudad, la Casa García Parada.
El 6 de agosto se
iniciaba la novena preparatoria, dedicando cada día a una intención particular,
que culminaba el día 14 con la misa en memoria de los fieles difuntos,
especialmente de los congregantes marianos, y de los obispos y sacerdotes que
pasaron por la parroquia de la Asunción.
El día 15, los diarios “La
Ciudad” y “La Calle” editaban, y
aún hoy lo continúan haciendo, suplementos especiales en adhesión a los
festejos. Desde la mañana, las misas se repetían constantemente en la
vieja catedral. Por varios años, la misa de 9 fue la dedicada a las comunidades
extranjeras, quienes participaban con sus trajes típicos y las banderas de sus respectivos países.
Como gesto de unidad en la
diversidad, durante algunos años, diferentes Iglesias Católicas Orientales fueron invitadas a conmemorar la Asunción de la Bienaventurada Virgen María según sus ritos litúrgicos. Así, maronitas, ucranianos, armenios y greco-melquitas hicieron honor a una
fiesta, que justamente, se empezó a festejar mucho antes en Oriente que en
Occidente.
La llegada de las primeras
horas de la tarde iba gestando cierta ansiedad en los alrededores de Plaza
Alsina por la inminente salida de la imagen de Nuestra Señora
de la Asunción que iba a presidir los actos centrales, mientras los puestos de
las tradicionales rosquitas ya estaban armados. A lo lejos, sobre la Av. Mitre
a la altura del puente de Crucesita, se empezaban a congregar cientos de organizaciones, instituciones, bomberos voluntarios,
gauchos a caballo, alumnos de las escuelas del partido y delegaciones
especialmente invitadas para participar del desfile cívico militar.
Este se iniciaba con
la entrega de premios constancia, por parte de la municipalidad, a bomberos con
25 y 50 años de servicio. Luego vendría la entonación del Himno Nacional
y los discursos alusivos de rigor del presidente de la Comisión de Fiestas
Patronales y del intendente municipal. Decía Hugo Lanata, la voz inconfundible
de los festejos, que desfilar “era otra
forma de rezarle a nuestra Madre”.
Los grupos de scout y
exploradores para esa hora ya habían montado su campamento en la plaza y
convidaban con mate cocido a quienes esperaban que termine el desfile para que
se pusiera en marcha la tradicional
procesión por las calles de la ciudad que culminaría con la celebración de la misa de precepto.
Caída ya la tarde,
la función de gala en el Teatro Roma aguardaba a sus invitados. En otros años,
a esa misma hora se iba preparando la Orquesta Sinfónica Municipal, a cargo del
maestro José Rodríguez Fauré, para brindar su concierto en la catedral, mientras
el cielo de la ciudad se iluminaba con un potente shows de fuegos artificiales
que ponía el broche de oro a la larga jornada hasta el próximo 15 de agosto: el
día de Nuestra Señora de Avellaneda.
(*) Museólogo, periodista e investigador. pablogaristo@yahoo.com.ar